viernes, 16 de octubre de 2009

Deleuze y la brujería



DELEUZE Y LA BRUJERÍA
Matt Lee y Mark Fisher
Selección, traducción y prólogo: Juan Salzano
Las Cuarenta
Buenos Aires
2009


"La pragmática inherente a la brujería ha tenido que lidiar, a lo largo de los siglos, con rivales demasiado celosos de su informalismo experimental, demasiado recelosos de sus simpatías umbralicias por lo contra natura. Desde las persecuciones ligadas a los intereses codificadores de las religiones y los mecanismos de control eclesiástico, hasta las acusaciones de superstición vinculadas al desencantamiento de la naturaleza iniciado por la ciencia moderna, en especial en su versión racionalista e instrumental, la brujería, y todo lo que pueda estar aliado a ella en su impulso intermedial (alquimia, magia, teurgia, chamanismo, etc.), ha padecido múltiples simplificaciones. Pero la más reciente puede ser adjudicada, curiosamente, a aquellos que la reivindican desde una moral del reconocimiento; reivindicación que, tanto desde las ciencias naturales como, más tarde, desde los estudios psicológicos y antropológicos de las ciencias sociales, se viene intentando desde hace al menos un siglo con tangible entusiasmo y velada paranoia.
Esta silenciosa reducción –intelectual y socialmente exitosa– halla en las variantes de la analogía sus armas privilegiadas. [...]
Por eso no es usual que un filósofo se acerque a la brujería e intente atraparla en su singularidad difusa, en la precisión de su experiencia nebular, evitando reducirla a cualquier tipo de control analógico.
Pero quizá no genere sorpresa que, de existir un filósofo afín a la brujería, este haya sido el francés Gilles Deleuze; afinidad de la que poco o nada se ha dicho, de no ser como simple excusa para tallar alguna bella aunque inoperante metáfora. Si Deleuze podía esgrimir esta afinidad sin ningún tipo de escrúpulo, es porque también suscribía a una visión de la naturaleza en extremo divergente a la que sostienen el mecanicismo, el causalismo, o el finalismo organicista más tradicional. [...]
Matt Lee y Mark Fisher han sido de los primeros en explorar y valorar este aspecto de la obra de Deleuze; con la excepción, quizá, de Nakh ab Ra, poeta y escritor argentino que viene desarrollando al menos desde el año 2000 este filo deleuziano-brujo, aunque llevándolo mucho más lejos, hasta sumergirlo en las fuentes menos codificadas del esoterismo; impulso vernáculo, este último, que se continúa hoy en el Laboratorio Sintético Deleuziano y la Escuela Cuaternaria Inter-Reinos, cuyas investigaciones en políticas de la brujería han sido editadas recientemente en un libro titulado Nosotros, los brujos.
Lee y Fisher encarnan dos vías diferentes aunque hiper-aliadas en la lectura del Deleuze brujo. Mientras el primero lo vincula al arte y a la brujería de Austin Osman Spare (personaje injustamente olvidado de la aventura artístico-esotérica de la Inglaterra de principios del siglo XX), el segundo lo utiliza para la exploración de lo que llama “materialismo gótico”, una interesante aleación de ficción teórica, terror y ciberpunk. Por un lado, Matt Lee se vale, simultáneamente, de los fragmentos de Deleuze sobre brujería y de la obra de Spare, para construir una metafísica práctica cuyo proceso fundamental describe como un “enchufarse a la conciencia orgiástica” y cuyo objetivo consistiría en entablar nuevas “relaciones con lo viviente”. Por otro lado, Mark Fisher, reencontrando la línea abstracta de Deleuze en lo que llama flatline (el concepto es de la novela Neuromante, de William Gibson, quien a su vez toma el término de la jerga paramédica), explora el cruce entre las investigaciones de la cibernética, la literatura y el post-estructuralismo, aunque su materialismo gótico, nutriéndose de la experiencia suspendida entre la vida y la muerte, evita estancarse en la moda inofensiva que componen las actuales derivas en informática y cibernética, enviscadas aún en los prejuicios antropocéntricos del organismo, el imaginario, la identidad y la subjetivación. Contra la “out of body experience” (experiencia fuera del cuerpo, que deja intactos tanto el Yo como el organismo), Fisher explora el “out to body experience” (experiencia hacia o en el cuerpo), es decir, las tecnologías que permiten experimentar por fuera (out) del Yo en los bordes del organismo. Si el cuerpo no es el organismo, sino aquello que le escapa constantemente, es la experiencia del cuerpo (sin órganos) lo que bulle en las prácticas del brujo.
Estos textos (junto al mencionado libro Nosotros, los brujos) inauguran, en primer lugar, una zona aún no transitada de la filosofía de Deleuze; zona que a la vez permite comprender desde otro lugar aquellos aspectos demasiado manidos de su obra (la multiplicidad, el acontecimiento y el devenir). Y, en segundo lugar, proponen una nueva lectura y una nueva experiencia de la brujería, por fuera de los aparatos de analogía utilizados por aquellas teorías que siguen sin poder desprenderse del imperativo moral de reconocimiento que las anima. Lejos de prejuicios cínicos y reductivas apologías, los textos de Lee y Fisher nos cuentan que la brujería, en la obra de Deleuze, puede al fin abrir sus pulmones. Bastaría dejarse arrastrar por un imperativo de aventura, para empezar a escuchar, como en un sortilegio, su cálida respiración."


(Del prólogo)



Nosotros, los brujos



NOSOTROS, LOS BRUJOS.
Apuntes de arte, poesía y brujería.
Edición y prólogo: Juan Salzano
Santiago Arcos editora
Buenos Aires
2008 y 2017


Una colección de 15 autores ensayando a contrapelo.


Compilado y prologado por Juan Salzano (Buenos Aires, 1980) en este libro se reúnen textos de Reynaldo Jiménez, Lorenzo García Vega, Julián Moguillansky, Julio Azcoaga, Octavio Armand, Juan Salzano, Roberto Echavarren, Lucio Arrillaga, Gabriel Naude, Santos López, Rafael Cippolini, Gabriela Bejerman, Xeno Numantis, Gabriel Catren y naKh ab Ra.

Además, incluye fragmentos de los pensadores Gilles Deleuze y Félix Guattari y del escritor Héctor Libertella acerca de la brujería.


"El germen de este libro adquiere consistencia en la Estación Alógena (EA), colectivo variable de experimentación nacido en 2002, que ha ocupado dos espacios físicos en Buenos Aires hasta la fecha, y desplegado a lo largo de su membrana –no del todo localizable– espacios lisos cada vez más incodificables, cuaternarios. Iniciada como Escuela (Alógena), se despedagogizó progresivamente hasta transformarse, en el 2004, en Estación: spatium de tránsito (y trance), de despegues y aterrizajes, de alisamiento orbital. El signo-partícula “alógeno” se inoculó para neutralizar otros términos usufructuados formalmente por los polos de identificación institucionales tales como “otro”, “alteridad”, etc., demasiado atados a pares del tipo adentro/afuera o centro/periferia: lo alógeno designa la irrupción de una intensidad fuera de pasarela (intensidad ni exterior ni interior, pura dimensión liminar).
Fue Héctor Libertella (Máximo Alocutor Alógeno) quien, mediante un discurso pronunciado en la inauguración de 2002, adjudicara su inadvertida fundación a Góngora, 400 años atrás. Libertella dejaba así su letra-heroína en la EA. Hoy sabemos que, si se trata de buscar conexiones no-genealógicas (el contagio como anti-genealogía), los influjos recibidos por la Estación Alógena podrían ser rastreados incluso en los antiquísimos textos copto-gnósticos de Nag-Hammadi (en especial en el texto Allogenes), y seguramente más allá, en algunas irradiaciones que se desprenden a ritmos irregulares del sistema estelar de Sothis (aunque esto, después de todo, no constituya más que un devenir y en la EA no estén muy seguros de creer en el calendario).
Ese germen crece, luego, y se vuelve hoy libro, mediante la participación de distintos autores que, de un modo u otro (además de las vías, importan los efectos), han rozado –o directamente atravesado– esta jineteada fuera de género.
Este libro se constituye como un laboratorio-alianza, una manada de alquimistas y herreros en pleno proceso de cincelar joyas y forjar espadas imperceptibles: el lugar de una alegre transmutación. Una boda de heterogéneos oficiada en la intemperie, bajo los cielos neuronales de una orilla tribal (acéfala banda), cuyos bordes difusos ha venido afilando a lo largo de los años cada uno de los incluidos."


(De la contratapa del libro)

(Ilustración de tapa: William Blake, "The ghost of a flea").




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